David M Rus me ha propuesto, a modo de experimento, invertir la forma habitual en que solemos colaborar. En lugar de ilustrar él mis textos, relatar yo algunos de sus dibujos, un poco en la línea del imagen/relato.
Aquí os dejo el primer fruto de esta propuesta.
El poder del miedo
¿Os agrada, majestad? —quiso saber el maestro escultor con una ligera reverencia.
El monarca examinó la estatua sedente con mirada reflexiva. Sus ojos se pasearon durante largos segundos por toda la obra, sin perder detalle, mientras se acariciaba la barba cana. Finalmente respondió:
—Yo nunca he empuñado una alabarda. De hecho, jamás he blandido arma alguna.
—Es bien sabido por todo el reino la bondad y sabiduría de su persona; pero eso forma parte de la funcón didáctica de la pieza, majestad.
—¿Apelar a la violencia es didáctico?
—Lo es infundir miedo en el corazón del enemigo y disuadirle de emprender ataque alguno contra nuestro reino.
—Pero esa sonrisa… parece que me esté burlando de ellos.
—Refleja la seguridad en sí mismo del que nada teme.
El pacífico monarca estuvo tentado de ordenar que hicieran pedazos aquella abominación y que le cortaran la cabeza a aquel desgraciado, pero por alguna extraña inspiración, las palabras del escultor no le parecieron carentes de sentido. Después de todo, el miedo podía ser tan fulminante como la hoja más afilada. Si aquel pedazo de piedra conseguía disuadir a sus enemigos, muchos de sus súbditos podrían salvar la vida.
—Quiero que esculpas tres estatuas exactamente iguales a ésta para que se sitúen en cada uno de los cuatro puntos cardinales de la frontera del país, en lo más alto de las más altas torres.
Cuentan que tribus bárbaras llegaron de allende del gran mar en busca del suculento botín que les ofrecían las poblaciones costeras. Al ver la estatua del rey en lo más alto de la torre norte su caudillo dijo:
—En verdad que esta muralla tendría que empujarnos a buscar objetivos más asequibles, pero sólo un cobarde retrocedería ante un reino de guerreros contra los que podremos probar nuestra bravura, conocer la fuerza de nuestro acero y ganarnos el paraíso.
En menos de veinte jornadas las tribus norteñas hubieron saqueado el pequeño reino de un extremo a otro, sin apenas hallar resistencia.