Lo que me llevó a leer esta libro de David Monteagudo no fue un interés por la obra propiamente dicha, sino la disparidad de criterios suscitada. Rodolfo Martínez confesaba hace poco en su blog que no había logrado pasar del primer capítulo y por poco que uno se dé un garbeo por foros donde se habla del tema, descubrirá un tropel de voces que muestran su más absoluta incredulidad ante la entusiasta y unánime acogida que ha tenido la novela por parte de la crítica especializada. Para rizar el rizo, Amenábar ya se ha hecho con los derechos para la versión cinematográfica. Como podéis comprender la tenía que leer, sí o sí.
¿Merece la pena su lectura? Desde luego. Engancha cosa mala y uno no puede parar de leer con tal de saber qué narices está pasando. ¿Rezuma calidad literaria y son justificados los piropos que algunos le han dedicado, comparando a Monteagudo con Albert Sánchez Piñol o Cormac McCarthy? Ni de coña. Best-seller apañadito y gracias, que no es poco. ¿Tan malo es el primer capítulo? De cojones, el diálogo ante el que Rodolfo Martínez sucumbió parece sacado del peor culebrón de sobremesa, y no exagero. Entonces, ¿cuál es la solución al enigma? Tal y como yo lo veo Fin funciona muy bien cuando se centra en la trama. El autor sabe dosificar perfectamente la información y hace que sus personajes sopesen todas las opciones posibles acerca de lo que está sucediendo sin que en ningún momento decrezca la tensión, puesto que el lector dispone de la misma información que ellos y comparte su desconcierto. Los hallazgos se suceden a un ritmo muy bien controlado: ni hay lugar para el aburrimiento ni se acumulan sin orden ni concierto. En el otro lado de la balanza, la obra hace aguas por todos sitios cuando pretende ser un retrato generacional, naufragando una y otra vez en conversaciones tópicas, de un nivel parecido a las que podemos escuchar en cualquier bar, entre personajes no menos arquetípicos. Los diálogos resultan más artificiosos cuando saltan a la palestra los temas personales. Los conflictos son planteados de una forma demasiado infantil, y a menudo uno debe hacer esfuerzos para recordar que se encuentra ante un grupo de cuarentones y no de adolescentes.
En fin, cuando el río suena agua lleva. Habrá que leerlo. Me encanta la portada.
Siempre he preferido la versión del pianista que se ahoga. Cierto, la portada es todo un acierto.