El fantasma de las navidades pasadas le regresó al sótano donde rompía huesos y aplicaba descargas eléctricas. El de las presentes le mostró las manifestaciones que llenaban las calles clamando contra el régimen y exigiendo justicia para los familiares desaparecidos. El de las futuras, la resolución en la mirada de la cuidadora huérfana, cuchillo en mano, al descubrir la identidad del anciano a su cargo.
La inundación asoló la zona sin dejar supervivientes. María, José y el niño; los reyes magos y sus camellos; los pastores y pastoras con su ganado, todos fueron arrastrados por la corriente mientras Pablito se llevaba la bronca del siglo por no haber utilizado papel de aluminio.
Aquel año decidieron darse las uvas el uno al otro en plan romántico. Cuando le pidió que parase, incapaz de tragar tan rápido, vio desesperada como cogía otro racimo.
Que estas fiestas estén a la altura de tu talento. 😉
Qué navideño te veo. Y qué mala leche.
Con la crisis que hay no te extrañe, Joe. 😉
Ya ves, JM. Creo que un poco de pimienta le sienta de fábula a tanta dulzura.
¡Que no falte nunca la pimienta!
Siempre me ha parecido una pesadilla tener que comerse esas doce uvas a prisa y corriendo. Encima con el estómago lleno.
Pues no te cuento si el excedente de producción agrario a principios de siglo XX hubiera sido de melones, Verónica.