Quienes no habían recibido la tarjeta de embarque podían consultar, en un puesto habilitado junto al arca, si se había producido algún error. Tras horas de espera le llegó su turno. Sin saludarle, el administrativo cogió su tarjeta y la introdujo en el ordenador.
—Varón, 42 años, heterosexual, soltero, sin hijos a su cargo; de profesión comercial, no practica usted ninguna religión, ni está afiliado a ningún partido político ni equipo de fútbol… Ni siquiera es usted inmigrante. Le sale puntuación negativa, amigo.
—¿Negativa?
—Penalización por peligro potencial de violencia machista.
—¡En mi vida he golpeado a nadie!
Por toda respuesta el funcionario se encogió de hombros y le devolvió su identificación. Él le miró algunos segundos con ella en la mano, hundido, sin saber qué hacer o decir; dudó, pero finalmente dio media vuelta y se alejó. No iba a caer en el patetismo de todos aquellos que había visto llorar y rogar de rodillas por un pasaje en la nave de evacuación. Levantó la mirada al cielo y contempló el cuerpo brillante que teñía la noche de un rojo rabioso. Más cercano a cada minuto que pasaba.
Un buen relato comienza con la historia empezada y termina antes del final. En este caso se sabe a ciencia cierta TODO lo que ha ocurrido hasta llegar a esa situación, dejando un margen estupendo de ambigüedad para que el lector imagine el final. Chapeau, amigo Herce.
Amigo, amigo, amigo, que gran golpe al afán de «etiquetar» que existe en esta España nuestra. Muy bueno. 8)
Para los mantas como yo, amantes de enrollarse poco, poder sintetizar todo un argumento en pocas palabras es un gustazo, Claudio. Lástima que a menudo salgan churros intragables que no entiende ni el tato y no hacen bueno ni aquello de «lo bueno si breve…»
La idea, amigo Joe, se me ocurrió viendo un debate en TV3 sobre la Ley de Igualdad, en el que había representantes de todos los colectivos habidos y por haber: feministas, gays y lesbianas, inmigrantes… cantando las excelencias y la necesidad de la discriminación positiva para que la sociedad los equiparara al resto. Por eliminación entendí que «el resto» debían de ser los hombres adultos, heterosexuales y que no habían emigrado de su país de origen.
Pues sí, pero cualquiera dice algo.
Si dices algo te llevas tres permios gordos: un par terminados en «ófobo» y otro en «gino», o en su defecto, te harán sentir como tal.