Cuando sus señorías salieron del Congreso la sonrisa se les heló en el rostro. Una silenciosa multitud les esperaba al pie de las escaleras.
¿Dónde estaba la polícia? ¿Dónde las vallas que debían protegerlos del pueblo al que representaban?
No hubo gritos, ni empujones; no hubo agresión alguna. Sus manos no empuñaban armas, solo libros. No acudían a su encuentro con violencia ni estridencias, solo con el mudo reproche de unas miradas rebosantes de desprecio.