Sus padres estaban de fin de semana, así que la adolescente invitó al vampiro a colarse en su alcoba con lujuria mal contenida. Como buena lectora de la Meyer suspiraba por todo lo que la velada iba a ofrecerle: besos, caricias y sensibilidad a lo Candy Candy; combinación de hipermercado que le dejó el tanga más húmedo que una bolsita de té. Quiso la taimada fatalidad que el guapo mozalbete comulgara con la escuela Bram Stoker: para tranquilidad de vecinos y paseantes ocasionales los gritos de la niña se confundieron con los del matadero colindante.
¡Ahí estamos! Un vampiro de toda la vida. Buen detalle el confundir los gritos de la niña con los del matadero… 8)
La nuevas generaciones, que a fuerza de remakes, versiones y reescrituras desconocen la verdadera naturaleza de las cosas. 😀
Muy bueno, si señor. Me ha encantado el detalle del tanga….. Ya esta bien de cursiladas y moñoñeces, los vampiros son lo que son y punto. Por cierto, tengo en mente un relato de vampiros desde hace cosa de una semana, a ver si acabo la mudanza y lo escribo. Saludos.
Ahí, ahí, recuperando las buenas costumbres literarias. A ver si quedamos antes de que emigres a zonas más cálidas.
Corto pero intenso! jajaj. Veloz a la yugular. Muy bueno.
Una abraçaada! 😈
Si es que aunque el vampiro se vista de seda…
Una abraçada!