Compitiendo con las bicicletas en popularidad, de un tiempo a esta parte van en aumento las motos eléctricas. Son tan silenciosas como las anteriores, y como ellas circulan de noche sin luz, pero son mucho más veloces, puedes llevarte un buen susto cuando paseando por cualquier calle atestada o incluso cruzando por un paso cebra, sientes el claxon de una pidendo paso a ras del cogote. Los modelos se han ido mejorando y ya alcanzan los 50 km/h, esto junto a su proliferación hace que se esté estudiando la necesidad de regularlas, cosa que hasta ahora no se había hecho por considerarlas meras bicicletas con motor. Como salidas de una viñeta de Watchmen, sorprende encontrárselas aparcadas en la acera mientras se recargan sus baterías, enchufadas a la corriente.
Tanto en bicis como en las motos eléctricas aparcadas ante las casas de sus propietarios o circulando, no es extraño advertir, cuando hace frío, la presencia de estos prácticos manguitos incorporados al manillar.
El frenesí circulatorio en las ciudades Chinas resulta desconcertante. Es una seña de identidad que sucede tanto en las de mayor tamaño como Beijing o Shangai, con poblaciones permanentes superiores a 17 y a 19 millones, como en otras e tamaño «medio» como Souzhou o Hangzhou con una población superior a los 6 millones de habitantes. Los vehículos suelen cambiarse de un carril a otro sin atender demasiado a la preferencia del que circula por él. Los intermitentes se usan menos que en España, que ya es decir, y es el propio movimiento del vehículo vecino el que avisa al conductor de sus intenciones. No es extraño que un vehículo decida cruzar dos y tres carriles por la vía rápida, hasta acceder al que le permita coger la salida adecuada. En ciudades como Beijing uno termina acostumbrándose al acompañamiento constante de claxons mientras va en coche, avisos constantes, quejas y recriminaciones, que parecen seguir un código secreto indescifrable para el no iniciado.
Los pasos de cebra y semáforos de peatones no son garantía de nada. De hecho el consejo de nuestro guía de Beijing no puede ser más ilustrativo: «para cruzar la calle, haced lo que haga el chino de vuestra izquiera». Por mucho que nuestro semáforo esté en verde, no es extraño recibir pitadas de taxis y de motos eléctricas que nos sortean por delante y detrás mientras se cruza ojo avizor, sin olvidar las bicicletas que circulan por el mismo paso de peatones. Me llamó la atención la actitud de los dueños de dos bicicletas: una que circulaba por la vía ignorando el semáforo y otra que circulaba como un peatón más; estuvieron a punto de colisionar y se detuvieron a escasos centímetros del otro. Con un lacónico movimiento el segundo pareció recriminarle al primero que fuera con cuidado, que él estaba cruzando en verde por un paso cebra.
Y es este otro elemento que llama la atención de los chinos al volante, de la misma forma que son de claxon fácil, resulta muy difícil, yo no lo conseguí, verles perder los papeles ni en las situaciones más propicias. El caos circulatorio se sobrelleva en silencio y sin histrionismos, sin insultos ni aspavientos. De camino a la estación de tren en Souzhou, nuestro vehículo, una furgoneta del estilo equipo A, impactó levemente con un autobus. Apenas un roce, aunque dada la desproporción de tamaños la esquina frontal derecha de nuestro medio de transporte quedó bastante afectada. El intercambio entre nuestro chófer y el del autobús, con la mediación de un par de guardias urbanos que pasaban por ahí, fue rápido y sin un solo gesto fuera de tono. Nuestro conductor dejó sus papeles a los guardias indicándoles que tenía que llevar una pareja de turistas a la estación y que de vuelta regresaría a rellenar los papeles correspondientes del seguro.
Como anécdota surrealista, comentar que en pleno Beijing, en una vía de tres carriles atestada, nos dimos de bruces con un Audi A6, en llamas. Tenía la capota y las puertas abiertas para que el fuego pudiera arder sin acumularse en el interior. Y vaya si lo hacía. Incluso dentro de nuestra furgoneta, pasando lo más lejos posible, con un carril de separación, sentimos perfectamente el calor de la combustión. Ignoro qué le tiene que suceder a un coche que parecía nuevo, para terminar ardiendo de aquella forma o cómo se las apañarían los bomberos de la ciudad para llegar con celeridad hasta ahí entre semejante tráfico.
P.D. Agradecerle al diablo las palabras que le ha dedicado a Pedradas en su bitácora. De momento, parece que mi alma pecadora se ha librado de la condenación eterna.
¡Magnífica e interesante crónica! Lo del A6 da para un buen relato . 😉
Ya por ser escritor estás condenado al infierno. No te hagas ilusiones.
Tuvo su emoción, Joe. Y sucedió de noche con lo que las llamas todavía resultaban más espectaculares. Recuerdo que mientras pasábamos junto al vehículo accidentado, el chico de la otra pareja con la que coincidimos en Beijing y Xi’an no paraba de decir: anda que como explote ahora salimos en las noticias de España. Y aunque recordé lo que me dijo un amigo bombero: que los coches solo explotan en las películas, cierto temor irracional me impulsaba a pensar que aquello podía volar por los aires en el momento menos oportuno.
JM, si ya sabía yo que tenía que haber optado por el macramé.
Pero que país mas chulo para tomar fotos! La tercera es muy buena Enric.
Imagínate las maravillas que puedes sacar allí con tu cámara.