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Poetry in motion.

Despedida

Me niego a creer que a alguien le guste hacer mal su trabajo. Es cierto que la gran mayoría del personal admite que el principal, a menudo único, acicate para desempeñar su labor es el maldito parné; pero no hay que obviar el orgullo y sentido de la responsabilidad que nos empuja al trabajo bien hecho. No quisiera pecar de ingenuo y soslayar el gran número de casos en los que esta dedicación brilla por su ausencia, pues nos los encontramos todos a diario: gente detrás de un mostrador de cara al público que atiende lacónica y grosera; gente de distintos ámbitos que no sabe hacer su trabajo y lejos de intentar remediarlo lo desarrolla con total incompetencia; gente incapaz de cambiar su ritmo cansino de hacer las cosas, con independencia de las necesidades del momento. Estamos en un país que trabaja muchas horas y produce poco y sé que vivimos momentos en que el horno no está para bollos y el empresario prefiere la mano de obra barata a la especializada; con todo, creo que el amor al trabajo bien hecho existe. Habrá personas más perfeccionistas que otras, las habrá más motivadas por los ingresos que por la pasión, pero me atrevería a decir que a nadie le gusta dejar su impronta en algo mal hecho.
  Seguro que todo el mundo puede ofrecer ejemplos sufridos en carne propia de todo lo contrario. Yo mismo, sin ir más lejos, tengo uno bastante ilustrativo: despues de comprar varios CD’s en un centro comercial, al probar uno de ellos en el coche, ya de camino a casa, compruebo que es defectuoso y patina sin motivo aparente, saltándose varias de sus pistas. Media vuelta y regreso al centro comercial. Me dirijo a información al cliente con el ticket y el CD y les explico el caso. La chica tras el mostrador llama a una patinadora para que vaya en busca de otra copia para cambiármela. Al cabo de diez minutos la chica regresa diciendo que no quedan más copias, con lo que me devuelven el importe del producto. Sin tan siquiera guardar el dinero me encamino al lugar donde había cogido el CD y me hago con otra de las muchas copias que recordaba haber visto. Paso por caja y pago con el dinero que me acaban de reembolsar. Cierto que hubiera podido ponerme cabezón e insistir en que había CD’s de sobra y que la patinadora moviera el culo de nuevo en su busca, pero enseguida entendí que sería mucho más fácil y rápida la opción por la que opté.
   Entiendo que hay infinidad de motivos que pueden llevar a la apatía laboral, muchos de ellos justificados, pero creo que, en condiciones normales, el hacer las cosas bien es algo que se nos inculca desde bien pequeños, desde el mismo instante en que se inicia la escolarización. Lo que hacemos es parte de nosotros, habla de nosotros, en muchos aspectos nos refleja y representa, llegando a ser una extensión de nuestra propia persona. De la misma forma que cuidamos modales, aspecto y atuendo, cuidamos los productos y servicios resultantes de nuestra labor profesional como algo que nos atañe íntimamente. A menudo, yo el primero, sacamos conclusiones sobre la gente a través de su forma de desenvolverse en el trabajo. Por todo ello, creo que a la mayoría nos gusta, cuando cambiamos de trabajo o gustará, el día en que nos llegue la jubilación, recibir el reconocimiento de nuestros compañeros, jefes y a ser posible, clientes o usuarios. Su pena y deseos de todo lo mejor es el mejor baremo para saber en qué medida hemos hecho bien nuestro trabajo y hasta qué punto resulta nuestra marcha una pérdida para todos ellos. Creo que las despedidas, no sólo en el ámbito laboral, son la mejor manera de saber hasta qué punto hemos sido capaces de dar la talla; de estar a la altura de lo que nuestros semejantes esperaban de nosotros; de apreciar si realmente hemos sabido exigirnos lo máximo y ofrecer lo mejor dentro de nuestras posibilidades. Y esto es aplicable aquí y en cualquier parte del globo.

Un pedacito de cielo: una tierna y gore historia de amor

Fue en el largo camino de regreso de la boda en Palencia a la que asistimos este fin de semana que mi amiguete Nacho Picher, de quien pronto, espero, tendréis ocasión de escuchar su buen hacer en la banda sonora del book-trailer de Friki, me recomendó el video de la canción de Avenged Sevenfold que estaba sonando en el mp3: «A Little Piece of Heaven».
  Cuando llegué a casa tuve ocasión de comprobar que sus alabanzas no eran nada exageradas. Asi que aquí os lo dejo para que lo gocéis cosa bárbara. Quienes estéis interesados en la letra podéis encontrarla fácilmente en castellano, San Google mediante, aunque creo que las imágenes cuentan las historia por sí mismas.
  Amantes de lo romántico a lo Titanic o Love Story abstenerse.

5 centímetros por segundo

5 centímetro por segundo

Es la velocidad a la que caen los pétaleos de los cerezos en flor y el título de la película de animación japonesa que me llevó a ciertas peripecias con mi reproductor de DVD que ya os conté en su día.
  Esta pequeña joya —dura poco más de una hora— escrita y dirigida por Makoto Shinkai es un caso peculiar dentro del anime y de la obra de su autor pues nos narra una historia realista, sin ningún atisbo de elementos de género. De hecho, la película desgrana una historia de amor simple y cotidiana. Tal vez esto haga temer a más de uno que nos encontramos ante un Shōjo edulcorado para niñas y adolescentes, pero podéis respirar tranquilos, los personajes y situaciones de esta historia se parecen a los de Candy Candy como un huevo a una castaña.
  ¿De qué va 5 centímetros por segundo? Trata del paso del tiempo, de los recuerdos, de la forma en que una experiencia del pasado puede marcar el resto de nuestros días y de como ese mismo recuerdo es personal e intransferible. Todo esto nos llega presentado en una animación excelente, especialmente en el trato de los escenarios que en la pantalla del cine debían de resultar de una belleza apabullante. Tanto los paisajes urbanos como los rurales devienen en ella un elemento clave a la hora de transmitir sentimientos y estados de ánimo. Por contraste, el trato de los personajes puede parecer más sencillo, pero en ningún momento resulta pobre y me parece muy adecuado para los hechos narrados.
  Mención aparte merece la música. Omnipresente y discreta, remarcando los momentos de mayor intensidad y acompañando a la narración de forma sutil cuando ésta así lo precisa. La mayor parte de las composiciones de Tenmon que aparecen en la obra son variaciones del tema principal «One more time, One more chance». Bellísima canción de Mayazaki Masayoshi cuyo video con traducción al castellano tenéis más abajo.
  El visionado de esta maravilla exije una copia en condiciones aunque por desgracia sólo fue lanzada en el mercado japones, con subtítulos en inglés, y en el anglosajón. Con lo que aquellos que no se llevan con la lengua de Byron y deseen verla, por no hablar de ahorrarse unos eurillos, no tendrán más remedio que tirar de mula o de torrent. Por la red circulan copias subtituladas al castellano en ambos P2P, así que disfrutarla cómodamente en el televisor no es complicado. Como última posibilidad, la más directa, pero menos recomendable, tanto en Youtube como en otras páginas de videos están colgadas las tres partes de las que consta la película para su visionado on line, y no es difícil dar con alguna subtitulada. Sin embargo la calidad y tamaño de la imagen es pobre, insuficiente para apreciar las virtudes de esta obra en su justa medida.
  Imprescindible para los amantes de la buena animación y una sorpresa mayúscula para quienes todavía crean que unos dibujos animados no pueden desarrollar con solvencia una historia adulta.