Archivo de la categoría: Nada en particular

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País

placa decorativa

No es esta historia para almas sensibles, puesto que es turbia, llena de traiciones y de hechos inenarrables; repleta de seres mezquinos que dan rienda suelta a sus más bajos instintos sin pudor alguno. Ésta es la horripilante historia de una damisela que se dirigía, inocente de ella, a la capital del reino con la intención de renovar los papeles de conducción de su carromato. Puesto que trabajaba de tardes en la biblioteca de un monasterio, pensó que sería buena idea dejar su vehículo estacionado en el mismo aparcamiento del edificio, sito a poca distancia de donde debía realizar el papeleo, para después de tomar un ligero refrigerio dirigirse a laborar.
  Conducía la damisela hacia la entrada del aparcamiento, feliz y contenta, silbando una bella tonada, cuando al llegar halló, para su desconcierto, un carro con tracción a los dos ejes bloqueando la entrada. Indignada, le tocó la bocina al burro con la intención de alertar al conductor dondequiera que éste andase. Pasado algún minuto se formó una hilera de carromatos detrás del de la damisela, puesto que, aunque el camino era de dos carriles, el de la derecha estaba totalmente ocupado por carromatos de nobles y plebeyos estacionados en doble fila. Pronto un conductor se acercó y le dijo: «¿Tenemos nuestras mercedes culpas de que vos no podáis pasar al monasterio?», con lo que la dama, con ganas de decirle al susodicho que eso habría que contárselo al gañán que había aparcado en el vado de entrada del aparcamiento y a todos aquellos que tenían el carro en doble fila, optó por la vía moderada y movió el carromato en busca de un lugar provisional donde dejarlo. Éste no fue otro que la entrada de un taller de carromatos. Tras tranquilizar los ánimos del amo del negocio, asegurándole que sería sólo un fugaz instante el que su carromato pasaría frente a su taller, puesto que sin duda, el propietario del vehículo que le impedía acceder al aparcamiento del monasterio debía de encontrarse entre el gentío que llenaba la colindante oficina del INEM, hacía allí se encaminó.
  Fue así como la damisela preguntó en la cola del paro por el propietario del molesto carromato. Alguien le sugirió que dirigiera sus pesquisas hacia el guarda del lugar. El mozo, alto y gordo, ataviado con su uniforme de batalla, atendió lacónico a sus demandas. «¿Sabría vuesa merced a quién pertenece el carromato que allí enfrente está aparcado?», quiso saber ella. «Bien lo sé. Mío es.» «¿Lo cualo?» «Que mío es», insistió, «y allí ha de quedarse que esta mañana ya lo he movido tres veces y me pusieron ayer multa por ocupar plaza de motos.» «Pero estáis vos ocupando un vado», contraatacó ella. «¿Dónde está la placa que así lo indica?», quiso saber él, «esa línea amarilla en la rampa de nada ha de servir». Dudó la muchacha ante aquel dato, pues sabía que en breve el monasterio había de trasladarse y bien podría ser que se hubiera dado el vado de baja ante el comendador. Así que partió bien turbada y con una mala uva que no le cabía en el cuerpo a dejar el carromato en otro lado. La fortuna quiso que el ujier del monasterio pudiera franquearle el paso al aparcamiento principal del edificio. Al comentarle el caso éste le contó que no era la primera vez que el susodicho ocupaba la entrada con semejante treta, y que aunque llamó a la guardia urbana de la villa, ésta se lavó las manos diciendo que si la placa había volado nada podían hacer. El bedel le respondió que el vado pagado estaba y que disponía de la licencia y los pagares para así demostrarlo, pero por nada del mundo quiso mover las posaderas el guarda piojoso.
  En un reino moderno habitado por gentes responsables nada de esto ocurrido hubiera. Ni la placa desaparecido, ni carromato en vado hallado, ni guarda vago ocupado. En un reino como Dios manda, el monasterio hubiera recurrido a la casa de la villa para que, ipso facto, reemplazara la placa que con buenas monedas le pagaba. Pero como habitamos un reino de pandereta, en el que todos creen saber sus derechos, pero nadie sus obligaciones; un reino en el que la chapuza ahorra problemas, y suele salir más a cuenta sacarse las castañas del fuego que recurrir a las autoridades y a sus mentes preclaras, lo que hizo el buen ujier fue quitar la placa del vado del apacamiento principal del monestario, que dando a una vía de paso ningún carromato podría obstaculizar, y colgarlo en el del secundario al que la buena dama acceder no pudo, para que, en adelante, el fatuo guarda gordo del INEM no volviera a tocar los cascabeles al personal, y en caso de hacerlo, el vago borde urbano no tuviera otra que acudir con la grúa al lugar.

Esquizofrenia rosa

Quintana vs Quintana

Mi amigo Pancho me tiene preocupado. La verdad es que el pobre, desde que le dejó su novia cosplayer por uno de su edad, casi diez años menor que nosotros, no levanta cabeza. Yo hago cuanto puedo por sacarle de casa, no vayáis a creer, pero últimamente sólo le apetece apalancarse frente a la caja tonta y tragarse todo lo que le echen. Ni se mira aquel videojuego multijugador on line que le tenía tan enganchado y apenas comenta por los foros de fantasía a cuyos debates se entregaba con pasión.
  El lunes noche me pasé un rato por su guarida y debo confesar que su estado me dejó algo perplejo. Al principio todo parecía ir bien, pero en un momento determinado de la conversación, sin previo aviso, el timbre de su voz se aflautó a lo pitufo y una sombra aviesa se adueñó de su mirada. En ese instante se dedicó a contradecir cuanto había dicho hasta el momento. Segundos después pareció tomar de nuevo el control, pero sólo en apariencia, pues, ignorándome, dio la réplica a su invisible interlocutor que no era otro que él mismo.
  Un par de bofetones mediante conseguí que recuperara la cordura. El hombre, algo turbado, me confesó que, desde el viernes noche, se encontraba invadido por aquel estado bipolar. Y todo por culpa de Julián Muñoz, o para ser más justos, de Ana Rosa «mamiqueseráloquetienelnegro» Quintana. Pancho me contó que Quintana es la presidenta de Cuarzo Producciones, responsable de delicatessen como El programa de AR o ¿Dónde estás corazón?. El día de autos, se dio la paradójica situación de que la tan anunciada a bombo y platillo falsa entrevista al corrupto ex-alcalde de Marbella, que corría a cargo de la productora Cuarzo, debía competir por la audiencia basura con otro subproducto suyo: ¿Dónde estás corazón? en Antena 3. Y de hecho, se saldó con clara victoria de la segunda en detrimento de la cadena «nometoqueslosvideos» de Vasile. Semejante desdoblamiento de personalidad, a todas luces aparente, pues no hace falta ser un lince de las finanzas para saber que el sueño húmedo de cualquier empresa es que su mayor competidor sea ella misma, tiene a Pancho sumido en un estado de desconcierto esquizoide que lo lleva por la calle de la amargura. Y todo por quedarse en casa el viernes noche zapeando en lugar de salir de cañas. He intentado razonar con él sobre el tema, pero que si quieres arroz Catalina, a la que me descuido me salta el pitufo psicópata alguna burrada del tipo «Cantizano, hazme hombre», «Que arriba la Esteban» o «Ana Rosa es la reina de las mañanas».
  Si a Don Quijote le afectaron cosa mala las novelas de caballería, no es difícil entender lo que le puede hacerle al cerebro humano la ingestión indiscriminada de programas del corazón. Basta dedicarles un fugaz vistazo para saber que lo que predomina en ellos es la ausencia de rigor periodístico y una falta absoluta de contraste de la información que empuja a constantes desmentidos y al «dónde dije digo digo Diego». Por no hablar de esa moral de plastilina que en el momento menos pensado lleva a sus colaboradores a entonar el mea culpa y a aceptar que «está mu feo eso de darle parné a un choriso», para acto seguido y apelando a la memoria de los peces, seguir rajando horas y horas sobre el mismo personaje.
  En cualquier caso ya me he puesto manos a la obra y he ideado un plan de choque para sanar a Pancho:

  • Lectura semanal de un libro. Prohibidos los de autoayuda y mediáticos.
  • Máximo de dos horas de exposición catódica diaria y sólo para ver películas y series.
  • Pasar al menos la mitad del tiempo de ocio fuera de casa. Apuntarse a un gimnasio o en su defecto comprarse una bici o patines.
  • Echarse otra novia a la de ya. Preferiblemente de su edad.

  Me ha dicho que iba a empezar con el tratamiento de inmediato. Después he tenido que salir por patas de su casa: el pitufo furibundo amenazaba con romperme un jarrón en la cabeza al grito de «Paquirrín es mi pastor, nada me falta».

Gravatar: que tu avatar te acompañe

GravatarLos usuarios de Blogger están acostumbrados a que su avatar identificativo les acompañe cada vez que postean en un blog gestionado con esa misma aplicación. El problema viene cuando comentan en bitácoras elaboradas con otras aplicaciones blogueras, incluido el otro grande del sector: WordPress, como es el caso de Nudo de piedras.
  Gravatar viene a subsanar este pequeño inconvieniente.
  ¿Cómo funciona Gravatar? Más sencillo imposible. Una vez inscritos en su página web: «Sign up» y activar la cuenta en el correo recibido, basta introducir un nick que esté disponible y una contraseña. Ya sólo queda escoger la imagen que queremos y añadirla a nuestra cuenta; que nadie se asuste si esto le suena a chino pues consiste en un par de clicks del ratón. El tamaño de los avatares es de 80×80 píxeles, el gestor adaptará automáticamente la imagen escogida si es mayor o menor. Lo importante es que sean cuadrados para que no se deformen. Y eso es todo amigos. A partir de este momento, cada vez que posteéis en cualquier blog gestionado con WordPress o cualquier otro sistema que permita esta posibilidad, junto al nick aparecerá vuestra querida imagen identificativa. El único requisito es que el correo electrónico que utilicéis al escribir vuestro comentario sea el mismo que habéis indicado en vuestra cuenta de Gravatar. Podéis activar tantos correos como queráis con una sola cuenta o sea que eso no debería suponer ningún problema.
  Creo que la mayoría de los que os pasáis por aquí sois usuarios de Blogger, así que venga, animaos a probarlo.