Archivo de la categoría: Nada en particular

Cuanto no tenga cabida en el resto de categorias aterrizará aquí.

Lotería, oiga

tomen asiento

El Piojoso, un tugurio por el que suelo pasarme y en el que siempre es un placer perderse para conocer las novedades que afectan a sus selectos parroquianos, ha repartido este número de lotería navideña entre sus asiduos. La única condición para compartir la suerte que esconden estos cinco números es enlazar la administración blogueril de donde ha partido iniciativa tan peculiar: Alas de plomo. Ya solo me queda repartir la llamada del bombo entre cinco bitácoras más. Que yo sepa estas cinco todavía no han sido tocadas por el dedo de la fortuna…

Conservado en alcohol

La sombra de Grumm

La sirenita del mar

Ovelles elèctriques

El basar de les espècies

Supongo que más de uno estará pensando: «ya estamos con la típica cadena para que un blog aumente las visitas» y su parte de razón tendrá. Pero en esta ocasión hay que reconocerle la originalidad al asunto, eso y que siempre resulta difícil esquivar ese miedo atávico, tan irracional como humano, que asalta al prójimo cuando tiene la sensación de que está dejando pasar una opotunidad única y le da por pensar, mientras visualiza imágenes de telediario en las que aparecen amigos, conocidos y vecinos rociándose con cava, «¿y si toca…?»

Vecinos

¿Qué te cuentas, vecino?

A veces nos sacan de un apuro y otras convierten nuestra existencia en un calvario. Casi todo el mundo los ha disfrutado y padecido alguna vez y, pocos son los afortunados, que no han tenido que sufrir en sus carnes esas representaciones amateurs de un sainete nacional conocidas como reuniones de comunidad. Quien no ha sido presidente de una escalera no conoce el infierno.
  De los que tenemos en la actualidad, en su mayoría, no podemos quejarnos, quizá ayude que de los cinco flancos posibles de ataque solo tengamos compañía en dos, pues la gran mayoría de paredes laterales son colindantes con el muro exterior del edificio. Como no podía ser de otra manera el frente más problemático es el límite superior, el sufrido suelo de los seres que moran sobre nuestras cabezas: un matrimonio joven con dos críos de uno y tres años.
  Dejando de lado las broncas entre los dos adultos del núcleo familiar, que siempre pillan por sorpresa y nunca dejan de sorprender por la variedad e imaginación de las lindezas que se dedican, las performance de la familia telerín suelen producirse a primera hora de la mañana por aquello de despertar al personal, o a media tarde los días que te pillan en casa. En realidad, uno termina llegando a la conclusión que hay función todo el día, pero que debido al silencio imperante en esas dos franjas horarias, su arte se aprecia con más detalle. Hay dos tipos de espectáculos: la variedad hazañas bélicas da comienzo con una entrada triunfal, a lo vertido de napalm en Apocalypse Now: un estruendo de naturaleza indeterminada casi siempre provocado por el hijo mayor y que sirve de prolegómeno a la inevitable ráfaga de gritos de sus progenitores que contraatacan reprendiéndole por lo que ha hecho. Esto deriva en la inevitable llorera del monstruito, que pronto es acompañado a los coros por el pequeño, inevitable daño colateral. No hace falta ni decir que el escándalo que terminan montando las represalias paternas es mucho peor que el inicial provocado por el hijo. La otra variedad posible, la más común, apuesta por el thriller. Comienza con un ruido reiterado de naturaleza indeterminada. Pasan minutos antes de que uno sea consciente de estar escuchándolo y, cuando logra percibirlo, se pasa otros tantos intentando entender a qué combinación de objetos está acudiendo el pequeño monstruo para provocarlo. A veces suena a madera, como si el chaval estuviera andando por la casa con dos zuecos tradicionales o se hubiera atado bloques del susodicho material en manos y rodillas y andara a gatas arriba y abajo del pasillo; otras parece que se ha agenciado una bola metálica de pinball, o toda una colección de canicas, e insiste en hacerla rebotar una y otra vez; no hay que olvidar la variedad «sobre ruedas», menos molesta pero igualmente inquietante, que tanto puede pertenecer a idas y venidas sobre patines en línea como a cualquier otro artilugio locomotor. El suspense suele prolongarse por espacio de varios minutos y tiene dos finales recurrentes: el criminal está solo en casa y su crimen queda impune, o algún miembro de la autoridad familiar le pilla con las manos en la masa y pone fin a su carrera delictiva; no hace falta decir que lo hace con la misma sutilidad que en la primera variedad, con lo que el tiroteo es de órdago, y puede prolongarse varios minutos antes de que el pequeño delincuente es totalmente reducido.
   Siempre que asisto como invitado de piedra a alguno de estos shows acústicos, me da por pensar en quien será el afortunado que, en esos precisos instantes, continúa, ajeno a todo, con su vida normal y que algún día acogerá a este angelito en su aula. El mismo a quien los padres recriminarán indignados que no sea capaz de enseñar nada a su retoño.

Seis grados de separación

el mundo es un pañuelo

Dicen que cualquier habitante del planeta está relacionado con el resto por un máximo de seis vínculos personales. Algunos tildan este precepto de teoría y otros muchos de leyenda urbana cuyo valor no pasa de curiosidad o de argumento para pastiche de Hollywood. Hace poco saltaba a la palestra una actualización de la misma, según la cual, internet y las redes sociales habían estrechado el cerco y ahora la cosa quedaba reducida a tres grados. Microsoft le dedicaba un estudio, hará cosa de un año, tomando como muestra 180 millones de usuarios del Messenger. El resultado del mismo corroboró la teoría, concretando el grado de separación entre dos individuos cualquiera en 6,6 grados.

A Xavier lo conocí en la facultad de Letras de Tarragona. Estudiaba derecho, pero era amigo de varios compañeros de clase, vecinos suyos de El Vendrell y, a menudo, se dejaba caer por el bar para «hacer campana» con los de filología inglesa y venía a nuestras fiestas y cenas.
  Francesc es un amigo de la infancia que vive en Barcelona. Sus padres veraneaban en Rajadell, un pueblo del Bages, cerca de Manresa, donde mi abuelo compró hace mucho años una vieja casa que ha sido refugio vacacional de mi familia la mayor parte de nuestra vida. Lejos de la ciudad y los encorsetados horarios del colegio, todo era montar en bici, hacer cabañas, y jugar al escondite o a policías y a ladrones. Con el tiempo y el inevitable cambio de intereses que conlleva la adolescencia y edad adulta, nuestras aventuras se desplazaron hacia las calles de la Ciudad Condal y los garitos de Salou, pero nunca hemos perdido el contacto.
  La semana pasada Francesc cumplió 40 años. Con motivo de número tan especial su familia decidió prepararle una fiesta sorpresa con sus amigos actuales y los de siempre. Desafortunadamente, me fue imposible acudir al encuentro, reencuentro en algunos casos. Al día siguiente, sábado, cuando colgaron las fotos de la cena en el facebook, me quedé absolutamente sorprendido al ver a Xavier sentado a la mesa del restaurante, entre amigos y familiares de Francesc. Mentalmente intenté establecer algún vínculo que hubiera olvidado, sin conseguirlo. Que yo supiera aquellas dos personas no se conocían de nada. Le he preguntado a Francesc de qué conoce a Xavier. Al parecer, es pareja de una compañera suya de trabajo.