Archivo de la categoría: Nada en particular

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A la vejez…

sensatez

La gente madura anda alterada. Tal vez sea una percepción equívoca; pero cuando en menos de tres semanas uno se da de narices con tres situaciones peculiares en la biblioteca hay que empezar a dudar de la coincidencia.
  La primera tiene como protagonista a una docente que se siente ofendida en lo más hondo al comentarle la necesidad de renovar aquellos documentos que tiene en préstamo. Ella protesta argumentando que tiene otros quehaceres que preocuparse por algo tan prosaico. Ante mi insistencia, no acierta la señora a responder nada mejor que el sistema no funciona cuando alguien como yo se atreve a aleccionarla y que habría que comparar trayectorias. Del mismo modo que de bajar a una mina seguiré a pies juntillas las instrucciones de aquel que pase su jornada laboral sumergido en penumbra, nunca daría por sentado que por el simple hecho de conocer a Mozart y a Liszt mejor que las madres que los parieron, ello me da un conocimiento superior de un programa de gestión bibliotecaria que quien trabaja con él día tras día. La gente con una trayectoria realmente destacable suele ser la que no se necesita ir sacándola a colación a la primera de cambio. El resto, más que de trayectorias fulgurantes, suelen presumir de paseíllos a media luz.
  El segundo caso nos presenta a un hombre de pelo cano que en plan lagartija gusta de sortear con elegantes movimientos de pelvis los molinetes de acceso al recinto. Y es que el mundo es cruel e injusto, y manda huevos que tan digno señor, trabajador de banca él, tenga que rebajarse a tener un carnet universitario emitido por la competencia. De nada sirve aclarar que el trozo de plástico es lo que le identifica como usuario y que su posesión le permite sortear los tornos por la vía elegante, o que el tener el trozo de plástico no le vincula a entidad bancaria alguna a menos que active la cuenta. Él sabe muy bien de lo que habla que para eso tiene una edad y menuda vergüenza que unos pipiolos se atrevan a afearle su comportamiento. Darle la vuelta al asunto queda fuera de consideración, aunque cualquiera en su sano juicio se diría: triste es que a su edad ande mareando la perdiz.
  El tercer y último cromo viene de la mano de un tipo alterado, sermoneando a una sala de informática a rebosar de estudiantes universitarios con cara de póquer. El hombre pregona que es de juzgado de guardia que no abra a las 8:00, como el resto del recinto, y que haya que esperar a las 9:00 para imprimir sus cosas y le desmonte su agenda personal. Y es que hay servicios que se toman por el coño de la Bernarda, y aunque a nadie en su sano juicio le parecería lógico cuestionarle a un supermercado, a un colmado o a cualquier establecimiento su horario y a plantearle su adaptación a las necesidades propias, parece que con los CRAI, centros de recursos para el aprendizaje y la investigación, sí procede. Lo dicho, el coño de la Bernarda. Tras un breve intercambio dialectal en el que un servidor le ha intentado decir al señor que aquella no era la mejor forma de plantear el asunto y que difícilmente aquellos jovenzuelos podrían cambiar el horario de la sala; después de ofrecerle la vía de la sugerencia o la de charlar con la coordinadora, ha parecido quedarse algo más tranquilo, no sin antes afirmar categórico: “a veces hay que plantarse y decir las cosas claras para que a uno le escuchen. De lo contrario nada cambiaría jamás”. Le miro con cara de tonto y me pregunto si plantearle las condiciones del armisticio a una farola mejora en algo el asunto, cosa de la que él parece convencido. Me largo, respondiendo un “de nada” a la pobre becaria de turno que se ha encontrado con el marrón, y algo en la mirada del fulano me dice que no confíe, que la revolución de los cincuentones ha empezado, y que mañana otro ocupará su lugar. A liarla parda no les gana ni Dios.

Pedradas (y 4)

Friki

Enric Herce Escarrà
Pedradas
Col·lecció Hespèria, 4
ISBN 978-84-613-7241-6
64 páginas

En esta colección de breves muestras Enric Herce nos lleva sin transición aparente del humor al horror, buceando con el surrealismo, jugando con los tópicos de los géneros fantásticos, siempre exhibiendo una prosa contenida, cuidada, que permite disfrutar de la necesaria relectura que exige el género.

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Antipiratería

A estas alturas hasta el menos perspicaz ha caído en la cuenta de que las estrategias para combatir la piratería pueden caer en el absurdo más absoluto. Hace algunos días llegaron a la biblioteca las cuatro temporadas de Battlestar Galactica, serie que tenía pendiente y de la que no había escuchado más que cosas buenas. Confirmo, como si hiciera alguna falta, que se trata de una auténtica obra maestra, imprescindible para los amantes de la ci-fi y que soprenderá a quienes consideran el género como un pasatiempo para niños, con una compleja trama que hilvana filosofía, religión y política sin dejar de lado la aventura y la acción. Pero volviendo al meollo. Al insertar cada uno de los DVD’s de que consiste la serie en el reproductor, se nos obsequia con un apasionante anuncio de denuncia a la piratería. Uno de esos que pagamos todos de nuestro bolsillo y que, o bien establece paralelismos demagógicos entre robos de lo más escabrosos y un chavalín descargándose un CD, o denuncia la supuesta hipocresía del creativo que se exclama de lo injusto que resulta que le hayan robado su última idea mientras se dedica a descargarse material ajeno. Denuncia publicitaria, y aquí viene la guasa, que ni se puede pasar, ni fastforwardear, ni siquiera esquivar escapando al menú principal por muchos botones del mando que uno pulse. Hay que verlo y punto. Con lo que el usuario que ha adquirido el producto o lo ha alquilado de forma legal no tiene más remedio que empaparse de lo malos que son los que se bajan material de la red, mientras que cualquiera que se lo haya descargado lo eludirá, en caso de que no se haya eliminado previamente del archivo, como si nada.