Una gozada absoluta de serie que acaba de concluir su segunda temporada (de seis espisodios cada una más un especial de Navidad) y ya ha confirmado la tercera. Siendo simplistas se podría definir como la replica británica a la americana Heroes. El punto de partida puede no sonar original en exceso: un grupo de jóvenes problemáticos condenados a servicios comunitarios adquieren habilidades especiales al verse atrapados en una tormenta eléctrica. Nathan Young, insoportable graciosillo bocazas e inmaduro; Simon Bellamy, tan tímido e incapaz a nivel social como inteligente; Kelly Bailey, chica de barrio algo vulgar y agresiva; Curtis Donovan, prometedor atleta cuya carrera se ve truncada por un asunto de drogas y Alisha Bailey, bellezón juerguista y ligera de cascos. Todos ellos forman un grupo peculiar y heterogéneo de outsiders cuyas historias personales, estrechamente relacionadas con los poderes que adquieren (y que no conviene desvelar), se entrelazan con la trama principal de forma trepidante, sirviendo de hilo conductor el propio servicio social que deben desempeñar y que les pone en contacto con otros afectados por la tormenta. El tono es de un políticamente incorrecto la mar de sano, tanto por el lenguaje utilizado como por la forma en que refleja las relaciones sexuales. También cabe destacar la banda sonora, con presencia predominante de bandas británicas como Joy Division, Blur, La Roux o The Specials.
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Lo que el e-reader se llevó
De un tiempo a esta parte es un debate recurrente: ¿Tú de quién eres, de Kindle o de papel? Y a partir de este punto blogs, foros y otras hierbas debaten sobre el futuro del segundo ante el envite del primero y de cómo afectará todo ello al sector editorial y al peliagudo tema de la piratería. A día de hoy debo decir que el asunto me la trae bastante floja. Como lector, el libro me sigue yendo estupendamente, como juntaletras de ir por casa, con publicar de vez en cuando ya me doy con satisfecho, aunque me saquen en papel higiénico.
En cualquier caso, me he sentido muy identificado con un artículo de Pérez-Reverte titulado «Leer con luz de luna». Suscribo su opinión palabra por palabra y puesto que difícilmente sabría expresarla tan bien, creo que merece la pena compartirla. Podéis leerlo aquí.
Fin
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Lo que me llevó a leer esta libro de David Monteagudo no fue un interés por la obra propiamente dicha, sino la disparidad de criterios suscitada. Rodolfo Martínez confesaba hace poco en su blog que no había logrado pasar del primer capítulo y por poco que uno se dé un garbeo por foros donde se habla del tema, descubrirá un tropel de voces que muestran su más absoluta incredulidad ante la entusiasta y unánime acogida que ha tenido la novela por parte de la crítica especializada. Para rizar el rizo, Amenábar ya se ha hecho con los derechos para la versión cinematográfica. Como podéis comprender la tenía que leer, sí o sí.
¿Merece la pena su lectura? Desde luego. Engancha cosa mala y uno no puede parar de leer con tal de saber qué narices está pasando. ¿Rezuma calidad literaria y son justificados los piropos que algunos le han dedicado, comparando a Monteagudo con Albert Sánchez Piñol o Cormac McCarthy? Ni de coña. Best-seller apañadito y gracias, que no es poco. ¿Tan malo es el primer capítulo? De cojones, el diálogo ante el que Rodolfo Martínez sucumbió parece sacado del peor culebrón de sobremesa, y no exagero. Entonces, ¿cuál es la solución al enigma? Tal y como yo lo veo Fin funciona muy bien cuando se centra en la trama. El autor sabe dosificar perfectamente la información y hace que sus personajes sopesen todas las opciones posibles acerca de lo que está sucediendo sin que en ningún momento decrezca la tensión, puesto que el lector dispone de la misma información que ellos y comparte su desconcierto. Los hallazgos se suceden a un ritmo muy bien controlado: ni hay lugar para el aburrimiento ni se acumulan sin orden ni concierto. En el otro lado de la balanza, la obra hace aguas por todos sitios cuando pretende ser un retrato generacional, naufragando una y otra vez en conversaciones tópicas, de un nivel parecido a las que podemos escuchar en cualquier bar, entre personajes no menos arquetípicos. Los diálogos resultan más artificiosos cuando saltan a la palestra los temas personales. Los conflictos son planteados de una forma demasiado infantil, y a menudo uno debe hacer esfuerzos para recordar que se encuentra ante un grupo de cuarentones y no de adolescentes.