Hace algunos meses, Enric Llevat, artista, historiador y bibliotecario, me pidió si le podía escribir un breve texto acerca de lo que sus cuadros y dibujos me inspiraban. En principio no escondí mis reservas, la cosa no me parecía nada fácil, para que negarlo, sobre todo para un profano del tema plástico como un servidor, poco acostumbrado a vocabulario y criterios artísticos. Para mi sorpresa el texto salió con una rapidez y facilidad sorprendentes, y aunque le di bastantes vueltas, el resultado final varía muy poco del primer borrador. El original en catalán lo podéis leer aquí, la versión traducida la tenéis más abajo.
Desde entonces, Enric ha seguido experimentando de forma incansable, y aunque ha ido cambiando de técnica pictórica y añadiendo elementos a su repertorio, el que siempre ha sido su señal de identidad y que yo elegí para escribir sobre su mundo creativo, sigue presente en su obra actual, una muestra de la cual podéis disfrutar en su exposición «Fotogramas líquidos» hasta el día 30 de octubre en la sala Kesse de Tarragona.
Cuando uno se aproxima por primera vez a la obra de Enric Llevat es inevitable pensar: «Joder, ¡Enric pinta pelos!». Uno podría dudar si se trata de gusanos, de hilos o de cualquier otra cosa de aspecto similar, pero a poco que se le dé un par de vueltas al asunto, los pelos son la identidad que más similitud se encuentra con los elementos que llenan el cuadro. Y quizás es en este preciso instante, mientras el ojo poco habituado al arte moderno intenta buscar la recurrente referencia figurativa, cuando se empiezan a captar los matices. Pronto se comprende que la manera en que las líneas se distribuyen en el espacio, cómo interactúan con las otras formando un conjunto, pero sin perder la propia identidad ni aspecto sinuoso que las diferencian del resto, no tiene nada de casual. Sin que él se dé cuenta, a la mente del observador llegan ideas y pistas sobre lo que realmente está sucediendo delante de sus narices. Cuando, en la inspiración del momento, uno recuerda que las obras acostumbran a tener un título, y se decide a leerlo, en lugar de un enunciado de compromiso o totalmente críptico, descubre un elemento más del cuadro, que resulta revelador, y que, a menudo, coincide con algunas de las impresiones que le habían asaltado al hacerle frente, virgen de prejuicios. En este momento empieza el verdadero diálogo, el juego que el artista nos propone, y con ganas de más, nos acercamos a la siguiente imagen y, solo después de contemplarla y dejar que nos hable, desviaremos la mirada hacia su nombre, como quien comprueba la respuesta de un jeroglífico o de un crucigrama.
Y es con estos símbolos de referencia kandinskiana y su aspecto piloso y orgánico, que Enric nos habla de nosotros mismos, de nuestra personalidad, identidad y de la forma en la que encajamos, o no, en el grueso de la sociedad de la que todos, nos guste o no, formamos parte. Sirvan como ejemplos un par de sus obras de la serie Vitas. Los desterrados, donde una succión irrefrenable arranca los pelos de su asentamiento terroso y los arrastra hacia un cielo azul, mientras otros siguen bien enraizados ¿Representación irónica de la calvicie o metáfora de la inmigración a la que tanta gente se ve empujada? Y qué me decís de Los olvidados, en el que una pelusa cualquiera de las que podríamos encontrar bajo el sofá o detrás de uno de esos muebles que no se mueven nunca, se convierte, al mismo tiempo, en un grupo heterogéneo de pelos de distintos colores, que, enredados en un todo estático, parecen incapaces de volar por la lámina como hacen la mayoría de los elementos que Enric nos pinta, y que en este caso, nos recuerdan a los más débiles, a aquellos que no cuentan para políticos ni targets comerciales, aquellos que no tienen derechos, ni dinero; los dejados de lado por familia y sociedad.
Pelos. En la almohada, en la ducha, en el suelo; pequeños indicios de nuestra presencia o ausencia, mudos testimonios de nuestro paso por la existencia.
Pues la verdad es que los cuadros están geniales. No sabía que los pelos podían dar tanto de sí visualmente. De todas maneras, dentro de cien años todos calvos.
Algunos incluso antes. 😀
Me encanta leer el punto de vista de los escritores sobre las obras plásticas. Le aportáis más color, forma y cantidad de significados de los que uno no es consciente.
Supongo que a la que le damos a la tecla, la imaginación se nos descontrola. Gracias por disfrutarlo. 😉