Será el efecto ignotus o la inevitable casualidad, pero el caso es que últimamente están apareciendo reseñas de este libro como champiñones, signo inequívoco de que la obra está recibiendo la atención que merece y hecho que reafirma mi postura sobre publicar críticas en el blog y que comentaba al principio de esta serie. Con todo seguiré el plan establecido, intentando no insistir demasiado en aspectos que ya habréis leído dos y tres veces.
Pongamos que eres un soldado de un poderoso imperio. Desde niño has sido educado en la convicción de que debes servir a tu caudillo, máximo dirigiente de la civilización más avanzada de este mundo, practicante de una religión que venera al único dios verdadero. Heraldo de la verdad suprema, la misión del ejército al que pertenences es engrandecer tu tierra conquistando nuevos territorios allende de los mares. Países habitados por pobres gentes ignorantes y supersticiosas a las que tu llegada enseñará el camino de la fe verdadera y traerá los avances tecnológicos que no han sido capaces de desarrollar por iniciativa propia. Estas gentes de piel oscura, mezquinas y desconfiadas, no acogerán tu presencia con agrado, sino que lejos de valorar el esfuerzo de los tuyos os plantarán cara de forma rudimentaria. Así que en nombre de tu monarca y por su propio bien, matarás a cuantos se interpongan en tu camino, sin distinguir edad ni sexo, y no dudarás en violar a cuantas mujeres convenga cada vez que te pique la entrepierna. Después de todo son poco más que animales desagradecidos que tiene una lección que aprender y tú has venido de muy lejos para enseñársela.
Pongamos ahora que vives apaciblemente en una bella ciudad. La paz y la armonía reina en esta tierra pues os gobierna un rey-dios que ostenta la verdad absoluta y al que nadie osa dañar. Por este motivo ni siquiera necesita de un ejército para que se haga su voluntad. Él siempre ha sabido qué hacer y bajo su tutela tu gente conoce tiempos prósperos y felices. La tierra da buenos frutos, el comercio con otras ciudades buenos dividendos; los niños juegan en las calles y los ancianos se tuestan al sol. Hasta que llega un invasor de allende de los mares. Un invasor que se burla del aura sagrada de vuestro máximo dignatario y que no respeta más ley que la del acero y la pólvora. Indefensos, sin ejército, serán parias de otros territorios del país el único escollo que el invasor tendrá que salvar antes de lo inevitable. En tu vida has empuñado un arma y cada vez que tres soldados entren en tu casa para violar a tu mujer en tu propia alcoba, la única forma de escupir tu rabia de la que serás capaz será la de hincharte a alcohol en la posada.
Sería bonito pensar que cosas como estás no suceden en este mundo. Sería bonito pensar que las noticias que vemos en nuestros televisores mientras nos zampamos una buena cena en el sofá son ficción, peliculillas para pasar el rato en lugar de dramas reales que afectan a nuestros congéneres en algún lugar no tan lejano de este planeta. Sería bonito que ya no hicieran falta campos de refugiados como aquel en el que José Miguel pasó ocho meses. Allí donde debió de escuchar centenares de testimonios, de historias que le hablaban de desarraigo, de dolor y de lo peor que es capaz nuestra especie. Historias que hablaban de limpieza étnica, de desencuentros religiosos y de muerte. Seguro que muchas de ellas inspiraron las situaciones y personajes que se nos cuentan en esta obra, pues fue allí, en Serbia, donde la escribió.
Dicho esto está totalmente fuera de lugar etiquetar a Los Navegantes de novela de fantasía. Cierto que hay en ella fábulas, magia y monstruos, pero su presencia es anecdótica y más que evocador o de evasión, su papel es embrutecedor, convirtiendo en todavía más horrendo el escenario que se nos muestra. Y para muestra un botón: deformes nigromantes, seres creados a partir de cadáveres, ritos de magia negra para vengar la muerte de un inocente, infrahombres rateros…
Cóctel tan duro sería de difícil ingestión sin algún tipo de atenuante. El primero es el humor, reflejado especialmente en los diálogos y alguna que otra situación surrealista. Un humor socarrón y negro, a juego con el conjunto, pero que cumple con su labor de dar un respiro al atribulado lector. El segundo es el sexo. Generoso a lo largo de todo el libro, especialmente en su segunda mitad. Pero no esperéis escenas de videoclip con damas sumisas y maromos hipermusculados. El sexo en Los Navegantes, busca el realismo, mancha, pringa, rebosa autenticidad. ¿De qué otro modo podrían sus protagonistas olvidar por unos instantes la realidad que les envuelve? Quizá con el tercer contrapeso de la novela: el amor. Un amor cuyo valor reside en su fragilidad, en lo fácil que es perderlo, sea por la muerte, sea por el desengaño de la persona amada. El teclado de José Miguel, dedica su prosa más lírica, una prosa que raya a gran nivel a lo largo de toda la novela y que refleja su formación periodística, a los fragmentos relacionados con el sentimiento más universal.
Hay viajeros y turistas. Viajeros que buscan perderse en un mundo desconocido, empaparse de culturas nuevas con ojos de niño asombrado y regresar a casa siendo otros; turistas que necesitan darse un garbeo y desconectar sin ninguna intención de cambiar los hábitos de su país de origen. Hay lectores y consumidores de ocio. Consumidores que sólo quieren pasar un buen rato para desconectar de la abrumadora cotidianidad, jugar a ser héroes aunque sólo sea en su imaginación; lectores que anhelan una buena historia que les absorba hasta decir basta, ávidos devoradores que quieren temblar de emoción cuando un libro zarandea los cimientos de sus propias convicciones. No hace falta aclarar a quien va destinada esta magnífica obra.
Se necesita valor para asumir que quizá nosotros también mataríamos a niños y violaríamos a mujeres de ser trinisantos; se necesitan agallas para entender que de vivir en Arialcanda, seguramente huiríamos al bar mientras un grupo de desconocidos irrumpe día tras día en nuestro hogar y abusa de nuestro ser más querido. Hay que tenerlos bien gordos para escribir un libro así.
Ficha del libro: Los Navegantes.
Web del autor: José Miguel Vilar Bou.
Tiene gracia que justo la estoy leyendo ahora. Y me está proporcionando unos momentos estupendos de diversión.
Este si que es bueno, y no el de Urnas de Jade.
En serio, cojonudo. 😆
Lo que es bien cierto es que no deja indiferente. He leído desde opiniones mojigatas de gente escandalizada, supongo que porque no tenían ni idea de en qué jardín se metían, hasta panegíricos de gente entusiasmada.
Un libro fuera de lo común. En unos años será uno de esos incunables de los que todos hablan y la primera edición valdrá su peso en oro. Yo lo disfruté como un cabrón trinisanto.
Ya he dado mi opinión sobre esta maravilla así que sólo añadiré que es uno de los libros que me habría encantado escribir. 8)